jueves, 9 de agosto de 2012

#17: "Cárceles sin carceleros"





Querida tú…



Día soleado. Sí, así ha sido el día de hoy. Me la he pasado todo el día caminando bajo el sol. Me permití salir de este escondite, abrir las ventanas, las puertas, sacar las plantas, encender sahumerios, respirar hondo, sonreír. Ha sido un día inserto extrañamente dentro de otros días. Raro para la época, raro para todo cuanto venía sucediendo.
Caminé mucho por la tarde. Salí sin rumbo, dejándome llevar por mis pies sin tener un objetivo ni un punto referencial. Caminé por algunos lugares en donde solíamos encontrarnos, y mientras los transitaba pensaba plenamente en ti. Eran imágenes tan vívidas, tan intensas, que juraría que estabas ahí. Ahora que lees este párrafo por un segundo piensa en mí, imagíname caminando por esos lugares que transitábamos abrazados, riendo, olvidándonos del mundo, y concéntrate en aquellos días en donde nuestra felicidad se podía sopesar sin que nos diésemos cuenta. Imagínate allí, tomando mi mano, caminando a mi lado, escrutándome con tú mirada. Jamás podría olvidar tu mirada…

Después de divagar durante varias horas regresé cuando ya anochecía. Crucé las vías, y caminé por la calle de tierra que tanto miedo te daba transitar por las noches. Al llegar a casa cerré puertas, ventanas, entré las plantas, y algo curioso pasó: una mosca había quedado atrapada dentro y luchaba por salir, golpeándose una y otra vez contra el vidrio. Lo hacía de manera mecánica, sostenida, como siempre suelen hacerlo las moscas. Sentí pena por ella, pero a la vez, me sentí igual a ella. El insecto estaba encarcelado en una prisión sin carceleros, ignorando que todo cuanto lo rodeaba era la libertad. Así, del mismo modo que cuando nos cegamos y solo vemos un campo limitado y nos olvidamos de la periferia. Chocaba una y otra vez contra el vidrio. Luego volvía. Se detenía un instante, movilizaba sus alas, levantaba vuelo lentamente y reiniciaba el escape, frustrado, ingenuo, pero al menos cargado de imperiosa necesidad de salir, de encontrarse nuevamente con el mundo, con el infinito.

A veces me parezco a la mosca. Siento que soy prisionero en una cárcel sin carceleros. Solo yo y mi consciencia. Nadie más. Sin embargo me siento privado de la libertad, y cuando decido buscarla y escapar vuelvo a caer, una y otra vez, en la misma celda, bajo el mismo encierro, con la misma asfixia.
Finalmente abrí las hojas de la ventana y la mosca voló hacia el jardín. Por unos segundos la logré seguir con la mirada hasta que finalmente se perdió en medio de la oscuridad. Mi acción sirvió para que encontrara la libertad. Necesitó de ayuda extra para darse cuenta, sino, tal vez hubiera perecido en el intento.
¿Me pasará lo mismo mientras te espero?, ¿me golpearé una y otra vez hasta dejarme morir?, ¿vendrás antes y me rescatarás? Tal vez yo mismo haya cerrado las puertas y autogenerado la asfixia. Suele suceder. Pero si vienes, y me ves tendido en el piso, rescátame, tiéndeme tu mano y libérame, ayúdame a escapar de la cárcel y burlar a mis carceleros imaginarios…



Yo. 





(Imagen tomada de internet, anónima)