Querido(a) Tú:
Hoy me ha pasado algo extraño. En realidad fue algo que siempre temí que sucediera, y hoy ha sucedido. Hablé con aquella chica que te dije que me gustaba. La encontré de
casualidad, mientras caminaba de regreso al departamento. Casi nunca nos encontramos en la calle, pero esta tarde se ha dado. Se veía tan fantástica. Al verla me emocioné. Me es difícil describirte lo que sentí en ese
instante, pero imagínate un montón de cosas a la vez, que van desde el nerviosismo clásico que te moviliza cuando alguien te atrae y te gusta, hasta ruborizarme como un tomate apenas ella se percató de mi presencia.
Nos detuvimos en la vereda, sonriéndonos. Empezó a contarme de sus cosas, de su trabajo, de la vida en el barrio, y terminó hablándome de él, del que ahora era su novio.
Se la veía tan felíz, tan llena de energía cuando hablaba de ese hombre que en un momento dado sentí una fuerte presión en mi pecho, como si un botón se hubiera accionado dentro de mí, y todas las sensaciones del universo
se hubieran descargado con furia por mi torrente sanguíneo y agolpado en mi corazón.
Sí, así de duro fue. Me quedé estático, tan solo asintiendo, sin pronunciar palabra alguna: ella estaba enamorada, o tal vez obnubilada, o lo que sea, por aquel hombre. Después
del monólogo me tocó mi parte. Me preguntó por mí, por mi vida, por mis cosas, por mi vida sentimental. Llegado a ese punto hice silencio y me quedé contemplándola, como un estúpido. Sin embargo, fue en ese momento,
justo y necesario, que entendí todo: ella nunca había sido mía, jamás se enteró de lo que yo realmente sentía por ella. Nos despedimos con un beso y ambos seguimos caminando en direcciones opuestas.
Al llegar al edificio, mientras ascendía en el ascensor, recapitulé lo sucedido. Inmediatamente me afloró una sonrisa en los labios. Era una especie de liberación: algo dentro
de mí había dejado ir a la chica para siempre. No me preguntes qué fue, o cómo fue, tan solo sé que esa sensación me indicó que eso era lo que acababa de suceder.
Ya en el departamento, me tiré en el sofá, encendí el equipo de audio y elegí una canción que me dieron muchísimas ganas de escuchar. Mientras sonaba «Yellow», de Coldplay,
la imagen de ella me sobrevino. No te imaginas, era tan clara, tan límpida, que parecía que estuviera allí. Sin embargo cerré los ojos y busqué la oscuridad. Ya habia entendido que ella se había ido... Así, simple,
se había ido...
Yo.