domingo, 30 de septiembre de 2012

#18: La tormenta perfecta






Querida tú…


 He estado pensando por estos días en lo increíble de las cosas. En la rareza de ellas también. Inclusive, en lo increíble de nuestra relación y en lo raro de la misma. Las relaciones son raras. Supongo que han sido así desde el comienzo de los tiempos, ¿alguna vez te lo has preguntado?... Intuyo que sí.

 Hay días que vos y yo somos como el agua y el aceite. Otros, tal vez los menos, como dos nubes en el cielo, que se cruzan, se mezclan, se funden entre sí, y si las miras, parecen una, aunque sea solo por un rato.

 Me gusta ese momento. Digo, cuando las dos nubes en un cielo desconocido parecen una sola. No tiene importancia qué tipo de cielo es, tormentoso, límpido, de invierno u otoño. No importa. Tampoco el tipo de nubes. Da lo mismo. Importa el movimiento, la acción, y la escena en sí. No soy del tipo de hombre que busca formas en las nubes; a decir verdad creo que jamás encontré una mísera forma de nada, tan solo todas abstracciones, nada que se asemeje a algo vivo, o al menos a un objeto. En esas pocas veces que fuimos al campo y nos tirábamos en el piso a ver las nubes deberás recordar que yo jamás encontraba formas. Vos sí. Era increíble. Me tomabas la mano, hacías que apuntara con mi dedo índice, y lo movías lentamente, contorneando la figura que tu cabeza y ojos veían, pero que yo no. Era fascinante. Ahí, delante de mi visión nula, estaba esa figura. La reconocía. Era estremecedor. Y vos reías, sonreías, y te alegrabas de haberla encontrado. Esas figuras en las nubes eran tus tesoros. Hoy lo sé.


 En los días que siento que somos extraños, ajenos, seres desvinculados, intento razonar el por qué; sin embargo no hay conclusiones palpables. No tenemos por qué ser perfectos. He asumido eso. Nunca lo seríamos. Siempre habría una fisura en donde yo observe tu interior y te sientas vulnerable, y viceversa. Eso se logra con el tiempo en las parejas. No somos la excepción, nunca lo hemos sido. Pero en ese punto sí he razonado, y he concluido que somos como una tormenta perfecta. Desde que nos hemos conocido pasamos de ser una borrasca, para convertirnos por momentos en huracán, y aun sin hundir ningún pesquero en altamar, si nos hundimos en momentos perfectos de los cuales nunca desearíamos salir. Añoro eso. Extraño cuando de la nada surgen tus gestos. Así, como cuando tomas de la copa un sorbo de vino, y por un instante tus labios quedan pegados al borde, y me observas, y una mueca hermosa se dibuja en tus labios, y tus ojos brillan más que de costumbre. Mis sentidos explotan. Siento que la tormenta en ese instante se desata y que caemos los dos, en pleno mar embravecido, muy distantes, entre un oleaje infernal, pero logramos divisarnos, levantar nuestras manos, emitir señales inconfundibles, y luchando, nos acercamos, y al tocar nuestros cuerpos, la tormenta se abre, los vientos huracanados ceden, el cielo comienza a clarear, y el oleaje rezuma tranquilidad.


 Supongo que todas las relaciones son extrañas, pues somos seres extraños. Y sostengo que en todas hay una tormenta perfecta que se produce increíblemente en el momento menos esperado. Ese momento, ese punto único en el tiempo, puede durar días, meses, años, o tal vez, ¿por qué no?, toda una vida…





 Yo.




(Imagen: http://goo.gl/WSuuD)