Querido(a) Tú:
Tuve un sueño. Ayer, de madrugada. Me desperté
con la boca seca, el pelo revuelto, y mi pecho sudado. Soñé que hacía el amor
con una chica desconocida. Sí, tal cual, con una chica desconocida, alguien con
quien nunca hice el amor. Fue un sueño demasiado erótico para un hombre de mi
edad, tanto que hasta pensé, al despertarme, ojalá estuviera aquí. Pero no,
nunca estuvo allí… y tal vez jamás lo esté.
Volví a dormirme. Volví a soñar.
Ahora estaba en el cielo, entre unas densas nubes
que rodeaban a una luna incandescente, altiva, coronada por una aureola de
humedad. Y ahí estaba yo, nuevamente, junto a la chica del sueño erótico, solo
que ésta vez ambos caminábamos por un puente en el cielo, tomados de la mano,
mirándonos, sonriendo ingenuamente, aun sin conocernos.
Te estarás preguntando por qué lo que te cuento
parece tan ridículo, tan agarrado de los pelos, pero ni yo sé explicártelo. Sé
que ambos sentíamos, en la presión que nuestras manos ejercían una con la otra,
mucha intensidad, una fluctuación de energía que además de llamarnos la
atención nos indicaba que éramos compatibles, que ese fluir invisible era
algo infinito y universal en ambos.
A eso de las 6:00 a.m. desperté, encendí la luz
del velador, tomé un libro, lo abrí en la página que había acabado mi última
lectura e intenté concentrarme en su historia. Leía, intentaba concentrarme,
pero enseguida la imagen de aquella chica misteriosa abarcaba toda la amplitud
de mi mente. Iba de principio a fin, de arriba hacia abajo, lo completaba todo
¿Quién eres?, deseaba preguntar ¿Te conozco?... tal vez sí…
No me creerás pero hoy me he despertado pensando
que los sueños tienen, en algún lugar de nuestro subconsciente, cierto
fundamento. Sí. Tal vez (no puedo asegurártelo), yo he deseado a esa chica, la
he amado, o hasta hemos sido almas fusionadas ¿Por qué no?, ¡imagínate!, sería
maravilloso saber que uno puede conectarse con personas a las que amó en otras
vidas, a las que desea en ésta vida, a las que deseará en otras futuras vidas.
Tal vez esa chica pertenezca a alguno de esos subconjuntos. Sí, seguramente.
He encendido el equipo de audio, es que quiero
escuchar música que me haga olvidar ese sueño que no me lleva a ningún sitio.
Sin embargo escucho “No more i love you’s” de Annie Lennox, y parece que todo flota
en el aire, que las cosas se distorsionan y pierden su volumen, que el aire se
enrarece, que mis sentimientos se hiperconectan con todo a su alrededor, que
las imágenes que he soñado anoche fueran parte del éter, parte de esta vida mía
que tanto disfruto y me agrada vivir.
Hay monstruos. Sí, hay monstruos. Los reconozco.
Se maquillan, se me acercan sigilosamente, me intentan seducir, decirme cuán
importante soy para ellos, y hasta sus ojos veo brillar en la oscuridad de mi
subconsciente. Pero no cedo. No. Aquí estoy. Como siempre, tal como me conoces.
Pues prefiero los sueños, vivir en esos parajes de ensueños, en esos mundos de
excitaciones idílicas, de sensaciones extracorpóreas que parecen unificarte y
hacerte una sola unidad con el universo. No temo a los monstruos. No. Los
monstruos siempre vivirán en mí. Lo sabes, lo sé.
Tal vez no haya más “te amo”, pero sí seguirán
habiendo sueños. Seguirán esas sensaciones nocturnas de beneplácito, de alegría,
de mundos soñados, de relaciones deseadas, de locura sin control. No me
atemorizan ya los monstruos, sé que puedo soñar, que puedo leer poesía como
solía hacerlo contigo, que puedo mimetizarme con un personaje de novela, que
puedo cerrar los ojos y sentir que despego, que me elevo, y dejo de ser éste
yo, para ser alguien más puro, simple y
cargado de deseos.
Yo.