lunes, 13 de febrero de 2012

#10: No more i love you's


Querido(a) Tú:



Tuve un sueño. Ayer, de madrugada. Me desperté con la boca seca, el pelo revuelto, y mi pecho sudado. Soñé que hacía el amor con una chica desconocida. Sí, tal cual, con una chica desconocida, alguien con quien nunca hice el amor. Fue un sueño demasiado erótico para un hombre de mi edad, tanto que hasta pensé, al despertarme, ojalá estuviera aquí. Pero no, nunca estuvo allí… y tal vez jamás lo esté.

Volví a dormirme. Volví a soñar.

Ahora estaba en el cielo, entre unas densas nubes que rodeaban a una luna incandescente, altiva, coronada por una aureola de humedad. Y ahí estaba yo, nuevamente, junto a la chica del sueño erótico, solo que ésta vez ambos caminábamos por un puente en el cielo, tomados de la mano, mirándonos, sonriendo ingenuamente, aun sin conocernos.

Te estarás preguntando por qué lo que te cuento parece tan ridículo, tan agarrado de los pelos, pero ni yo sé explicártelo. Sé que ambos sentíamos, en la presión que nuestras manos ejercían una con la otra, mucha intensidad, una fluctuación de energía que además de llamarnos la atención nos indicaba que éramos compatibles, que ese fluir invisible era algo infinito y universal en ambos.

A eso de las 6:00 a.m. desperté, encendí la luz del velador, tomé un libro, lo abrí en la página que había acabado mi última lectura e intenté concentrarme en su historia. Leía, intentaba concentrarme, pero enseguida la imagen de aquella chica misteriosa abarcaba toda la amplitud de mi mente. Iba de principio a fin, de arriba hacia abajo, lo completaba todo ¿Quién eres?, deseaba preguntar ¿Te conozco?... tal vez sí…
No me creerás pero hoy me he despertado pensando que los sueños tienen, en algún lugar de nuestro subconsciente, cierto fundamento. Sí. Tal vez (no puedo asegurártelo), yo he deseado a esa chica, la he amado, o hasta hemos sido almas fusionadas ¿Por qué no?, ¡imagínate!, sería maravilloso saber que uno puede conectarse con personas a las que amó en otras vidas, a las que desea en ésta vida, a las que deseará en otras futuras vidas. Tal vez esa chica pertenezca a alguno de esos subconjuntos. Sí, seguramente.


He encendido el equipo de audio, es que quiero escuchar música que me haga olvidar ese sueño que no me lleva a ningún sitio. Sin embargo escucho “No more i love you’s” de Annie Lennox, y parece que todo flota en el aire, que las cosas se distorsionan y pierden su volumen, que el aire se enrarece, que mis sentimientos se hiperconectan con todo a su alrededor, que las imágenes que he soñado anoche fueran parte del éter, parte de esta vida mía que tanto disfruto y me agrada vivir.

Hay monstruos. Sí, hay monstruos. Los reconozco. Se maquillan, se me acercan sigilosamente, me intentan seducir, decirme cuán importante soy para ellos, y hasta sus ojos veo brillar en la oscuridad de mi subconsciente. Pero no cedo. No. Aquí estoy. Como siempre, tal como me conoces. Pues prefiero los sueños, vivir en esos parajes de ensueños, en esos mundos de excitaciones idílicas, de sensaciones extracorpóreas que parecen unificarte y hacerte una sola unidad con el universo. No temo a los monstruos. No. Los monstruos siempre vivirán en mí. Lo sabes, lo sé.

Tal vez no haya más “te amo”, pero sí seguirán habiendo sueños. Seguirán esas sensaciones nocturnas de beneplácito, de alegría, de mundos soñados, de relaciones deseadas, de locura sin control. No me atemorizan ya los monstruos, sé que puedo soñar, que puedo leer poesía como solía hacerlo contigo, que puedo mimetizarme con un personaje de novela, que puedo cerrar los ojos y sentir que despego, que me elevo, y dejo de ser éste yo,  para ser alguien más puro, simple y cargado de deseos.



Yo.

domingo, 5 de febrero de 2012

#9: Estrellas rojas




Querido(a) Tú:


Ha hecho mucho calor este verano. Tal vez no tanto como aquellos veranos que compartimos juntos y nos admirábamos ambos del calor sofocante, de la humedad que nos hacía aflorar la transpiración, del canto constante y ensordecedor de las chicharras por las noches, del modo en que el aire se paralizaba y solíamos hacer chistes sobre vivir en el infierno. Me mirabas y sonreías. Me gustaba aquello. Esos gestos silenciosos son tal vez los que más quedan grabados a fuego en la memoria. También recuerdo las estrellas y el modo peculiar que teníamos de observarlas, ¿lo recuerdas?: ambos nos recostábamos sobre el césped del patio, abríamos nuestras piernas y nuestros brazos, tal como si dibujáramos aquel símbolo famoso de Da Vinci, y nos concentrábamos en encontrar estrellas.

Si reconocíamos algún conjunto en particular lo debíamos señalar, nombrarlo sin equivocación, y así, sumábamos puntos. A simple vista parece un juego tan inocente, tan tonto, sin embargo, ahí radicaba su poderío, lo que nos transmitía a ambos. Y reíamos, y nos olvidábamos de todo lo malo que nos podía aquejar. Estábamos en otros mundos, otras galaxias, otras estrellas. Pero éste verano ha sido distinto a aquellos. Ha venido con una sobrecarga de sensaciones que me termina agobiando. Debo confesarte algo: cada día que avanza mi vida me siento más vulnerable del corazón. La gente lastima, creo que lo sabes. Y lastima sin sentido, sin siquiera analizar las remotas posibilidades del dolor ¿A quién le interesa el dolor ajeno? A unos pocos. A ti, a mí, a un puñado más, pero ahí nomás la cuenta termina. Y este verano me duele el corazón. Sí, así, tal como te lo estoy diciendo, me duele el corazón. Estarás pensando que el corazón no duele, que es un modo cursi y rebuscado de decir que algo me aqueja sentimentalmente, y sí, seguramente tienes razón, pero no encuentro otra forma de describirlo y transmitirlo. Creo que así lo entiendes a la perfección. No hacen falta más palabras, creo que ya sabes a qué me refiero.

Como te decía, la gente lastima. Y lo hace de ambos modos: dándose cuenta, y sin percatarse de ello. De un modo u otro el corte, la perforación, el daño, está hecho, se siente, hace sangrar el interior y recarga nuestra espalda de un peso a mantener y remontar diariamente. Tal vez por eso me gustaban tanto las noches de verano en tú compañía. En esos momentos no había dolor, no había heridas, nadie salía lastimado. ¿Qué hay que hacer para que la vida no lastime?, ¿lo sabes? No, supongo que tú tampoco. Creo que nadie lo sabe. Algunos pueden deducirlo, o jactarse de haberlo aprendido mientras la transitaban, pero a ciencia cierta son solo filibusteros que se llenan la boca de consejos y señales que en algún punto son imposibles de sostener, y terminan desvaneciéndose, sin fundamento, ante la imprevista sacudida que la misma vida ejecuta en alguna persona.

Te preguntarás quién me ha dañado así, quien ha lacerado mi ser para que ésta carta parezca desteñir y quitar brillo a aquellas noches de verano. Pues seguramente es alguien en quien yo había depositado toda mi fe, todos mis anhelos, todos mis proyectos, parte de esperanzas de mi vida. Y ahí radica el principal error, en las palabras “había depositado” y en lo que implica el peso de su significado. No importa, el cielo siempre estará cargado de estrellas por mirar, de constelaciones por descubrir, de soledades ambiguas divagando en el polvo cósmico, y será entonces, en alguna de las venideras noches veraniegas que pueda respirar sin angustia, sin dolor, tan solo llenándome los ojos del titilar constante de las estrellas. Ahí estarás tú, a mi lado, sonriéndome, y yo te sonreiré, y me olvidaré por completo, como suele aconsejar el mismo tiempo, de aquellos que me han hecho, y aun hacen daño.



Yo.