martes, 3 de enero de 2012

#6: La libertad de los peces


Querido(a) Tú...



Era cerca de las dos de la tarde cuando estando en esa playa de Brasil vimos al niño jugando en la arena, ¿lo recuerdas? Tenía una palita plástica de color amarillo, un balde color azul, y un flotador cilíndrico alrededor de su diminuta cintura. Vos mirabas el mar, yo miraba al niño. Había algo en él, creo que la poderosa sensación de libertad, que me atraía, como una gigantesca espiral, y me mantenía en vilo, observándolo. Siempre he sentido una envidia sana hacia ese tipo de libertades. Aún hoy, ya adulto, trato de mantenerla, que siga estando dentro de mí, que no fallezca, que no se esfume, que siga ahí, agazapada, y se haga presente cada vez que la invoco.

Al volver de la playa lo hicimos por una de las calles que sale directamente hacia el centro de la ciudad. No avanzamos ni cien metros que me detuve frente a la vidriera de un acuario, y me puse a contemplar una pecera con escalares, cíclidos y besadores. Me miraste sin entender en demasía. No te escuché, te lo juro, en el momento que me preguntabas algo. Después reaccioné, justo cuando volviste a preguntarme de nuevo.

—Pobres peces, ¿no estarían mejor en el mar? —preguntaste sin mirarme.
—No, acá son felices, es donde nacieron y viven. A veces la felicidad se construye donde uno habita —respondí.

Recuerdo cómo miraste entonces la pecera. La forma que tus labios tomaron, cómo tus ojos comenzaron a brillar. Supe que entendiste lo que había querido decirte. Seguimos caminando. Acomodaste el bolso en tú hombro, yo las esterillas debajo del brazo. No hablábamos casi.

Al llegar al departamento que habíamos alquilado te desnudaste para ducharte. Te sentaste al borde la cama y me pediste que te pusiera crema en la espalda, pues el sol te había flechado duro. Lo hice. Puse un poco de crema en mis manos y comencé a acariciarte la espalda y enseguida me sobrevino la visión del niño jugando en la playa, construyendo su maltrecho castillo de arena, su lucha interminable con las olas, su esfuerzo en función de un objetivo.

—¿Qué pasa?, ¿por qué te detenés?, no lo hagas... por favor... -dijiste con voz queda.

Entonces me di cuenta que aquello que en aquel momento me atrapaba en pensamientos tal vez te lo estaba transmitiendo con mis caricias, a través de tú espalda, atravesando tú esqueleto, metiéndolo de soñador caradura en tú corazón.


Yo.

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