martes, 24 de enero de 2012

#7: Tras la lluvia




Querido(a) Tú:


Hoy ha llovido. Poco, pero lo hizo. Apenas comenzaron a caer las primeras gotas me apresuré a sacar una silla y sentarme en el umbral de la puerta a ver llover. Primero llegó el viento, bajando la temperatura de este verano desquiciado, y luego ese olor a tierra mojada que antecede a la lluvia lo impregnó todo, primeramente mis sentidos.

Te reirás seguramente, yo lo hice, me reí como un tonto, pero al momento de percibir ese olor característico a tierra mojada recordé mis primeros años viviendo solo, allá, en la estepa del tiempo. Mientras me sonreía pensaba lo metódica y chiquilina que es la memoria. Hace lo que quiere con nosotros. Atesora y muestra cuando se le da la gana. Es como un niño que juega a las escondidas, cuenta hasta cuando se le da la gana y desenmascara a los escondidos a su antojo.

Aquellos fueron lindos años. No sé si alguna vez te conté. Tal vez sí, tal vez no... es que el tiempo pasa tan rápido. Y hablando del tiempo y de cómo se esfuma ante nuestros ojos, hoy me he acordado, como te decía, de aquellos años de universidad, de soltería empedernida, de aprendizajes forzosos, de melancolía abarrotada, de desarraigo profundo. Entre tanta vorágine de sensaciones y remembranzas aparecía aquella chica de la cual jamás te hablé. No por que me olvidara de su existencia, no. Tan solo por que yo había decidido que jamás volvería a traerla a mi presente. Es que soy de esos hombres que tapan el pasado como el perro al hueso que entierra. De los que dan la vuelta a la hoja del libro cuando están seguros que lo que han leído y vivenciado es justo y suficiente y ya no hay necesidad de volver la página para recordar. Siempre he sido así, creo que lo sabes.

Y ahí estaba la imagen de esa chica y su modo peculiar de entrelazarse con mi vida. Con la mirada perdida en los charcos que la lluvia formaba en el patio de luz, su imagen se acrecentaba y se hacía palpable más y más en mi memoria. Sus ojos, su pelo, su voz, sus gestos. La visión que me sobrevino de ella me causó distintos efectos, algunos tan oscuros como las nubes que se cernían sobre la casa. No obstante, aplicando el filtro que los años dejan en el interior de uno, obtuve un par de escenas vívidas en las cuales considero que fui feliz. Porque después de todo, de eso trata la felicidad, ¿no?, de una concatenación de hermosos momentos.

Llovió hasta el atardecer. Y yo me mantuve ahí, sentado, viendo llover sin casi ver. Es increíble cómo la melancolía te aborda en cuestión de segundos cuando los recuerdos te bombardean. Los días grises son especiales para ello. Se aprovechan de las cuestiones atmosféricas y ponen a prueba ciento por ciento tus sentimientos. Cuando al terminar la tarde la lluvia cesó, un arcoirís cruzó la mitad del cielo perdiéndose en el caserío detrás de la ruta. Un rayo de sol penetró las nubes grises y rápidamente el viento veraniego perforó algunos nubarrones y se llevó a otros. Ya todo había terminado. Con las nubes se fueron también los recuerdos. Tan solo quedó el olor a tierra mojada, a plantas regadas, a vergel saciado, a naturaleza satisfecha.

Metí la silla dentro y caminé hacia el patio. Recorrí la huerta. Admiré los tomates, los pimientos, el nogal. Y allí, casi jugando contra el horizonte, el sol terminó poniéndose y con él un día que hacía tiempo ya había vivido.


Yo.

1 comentario:

  1. Ese dejo de nostalgia que nos arrastra hasta lugares remotos de nuestra memoria y de nuestro corazon.
    Precioso!!!!

    Un beso grande

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